lunes, 22 de septiembre de 2025
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Concierto 3 de la O.F.B.A. – Teatro Colón (O. Golijov, Bruckner): ¡horizontes azules a la vista!

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El tercer encuentro de la temporada 2023 de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires está marcado por vínculos invisibles pero significativos bajo los signos del encuentro y el arraigo cultural:

La coherencia musical de la velada, que presenta Azul, para violonchelo, ensamble obligado y orquesta de Osvaldo Golijoz y la Sinfonía N°8 en do menor de Anton Bruckner, radica quizás en una tensión entre la horizontalidad junto a la verticalidad donde se tejen vínculos tenues, ocultos pero significativos con la humanidad. Por un lado, no puede pasarse por alto que el compositor judío-estadounidense Osvaldo Golijov, nacido en La Plata, riega su música en busca de infinitos espacios de fuentes folklóricas locales. Por otro lado, el director invitado Alpesh Chauhan mantiene una relación especial con el violonchelista Eduardo Vassalo ya que en el pasado fue alumno del prestigioso solista argentino. Historias de hombres, en cierto modo, en la encrucijada de destinos musicales que marcan los horizontes de unos y las prestigiosas carreras de otros.

Eduardo Vasallo – Foto gentileza de Arnaldo Colombaroli – Prensa T. Colón

Un regreso a los orígenes bajo la cúpula azul

Es bajo la famosa cúpula azul del Teatro Colón firmada por Soldi que resuenan los primeros compases de Azul, obra creada en 2006 con la Boston Sinfónica y, ni más ni menos, el inmenso Yo-Yo Ma en el violonchelo. El solista argentino Eduardo Vassalo, no menos virtuoso que su colega, tiene la ventaja sobre este último de comprender en sus carnes y en sus orígenes los acentos creadores de Osvaldo Golijoz. No es un estreno argentino para este regreso a las fuentes de Azul ya que el mismo Eduardo Vassalo lo había dado a conocer al público porteño en el 2017.

El color Azul de la cúpula es el receptáculo de un curioso y fascinante ménage à trois musical donde se mezclan el rigor académico, las intenciones eruditas y los colores folklóricos. La orquesta sinfónica está así apoyada por un pequeño ensamble formado por el violonchelista solista, un acordeonista y un percusionista, estos tres instrumentistas interviniendo en primer plano o superpuestos a todos los instrumentistas mediante un sistema de amplificación del sonido para ellos tres.

La partitura, que también presenta sonidos electrónicos, es claramente descriptiva y/o narrativa. La composición es parte de un lenguaje moderno, un crisol sonoro criollo que resuena como una banda sonora cinematográfica provocando una serie de imágenes fuertes en el imaginario del espectador. El ambiente es suave y nostálgico de un azur quizás al borde de la extinción. La languidez letal de ciertas armonías orquestales y las líneas nostálgicas del acordeón tienen sentido en la tierra de Piazzolla, aunque la referencia esté apenas velada (el bandoneón que usaba el argentino no debe confundirse con su primo, el acordeón). La interpretación parece ser una cuenta regresiva lenta que imita una especie de renacimiento, renacimiento o metamorfosis inciertos. La precisión de los volúmenes, la intensidad de los contrastes y la espesura de las atmósferas se atribuyen al director Alpesh Chauhan, muy cómodo en este ejercicio y particularmente didáctico para sus músicos. Si ciertas estructuras tienen la naturaleza de expresar el caos disonante del mundo actual (este es particularmente el caso de las dos últimas partes de la obra), otras resuenan, en un lenguaje más apacible propio del cine del que también Osvaldo Golijoz es un artífice brillante, como travellings de paisajes largos e lancinantes. Todos los recursos armónicos y volumétricos de la orquesta nos trasladan desde las áridas estepas de Rusia hasta las sabanas y matorrales de la pampa argentina. El violonchelo tocado por Eduardo Vassalo nos lleva también a un viaje: su forma de tocar, momentáneamente tomada de la música country, es extrañamente similar a la de una guitarra folk que puntúa las baladas de la cultura cajún, estos francófonos de Luisiana, herederos de sus antepasados ​​​​canadienses y sus inmensidades nevadas del desierto.

Inmensidad y ambición sinfónicas

De inmensidad también se trata en esta ambiciosa obra que es la Octava Sinfonía de Bruckner (compuesta entre 1884 y 1892), aunque se trata de un horizonte de una naturaleza completamente distinta a la primera parte del programa vespertino. La ejecución de esta pieza de valentía sigue siendo siempre una forma de desafío para quien la emprende, como una montaña colosal que uno se propone cruzar.

La obra, de una rara densidad y un lirismo desenfrenado, es también exigente de escuchar: desde el primer movimiento llama la atención la majestuosidad, la amplitud y la elegancia del gesto directivo del director. Su inversión y apoyo son constantes. Como cabeza de cordada que es (el británico Alpesh Chauhan disfruta de una sólida carrera internacional, colaborando con prestigiosas instituciones europeas), este director tiene una idea precisa y clara del proyecto que es suyo y sabe sacar partido de la plasticidad de la OFBA por implementarla con eficiencia y brillantez. Su autoridad corporal y gestual impresiona a todas las filas de la orquesta, que responden a sus peticiones, siempre muy expresivas. Las sonoridades de la OFBA parecen aún más exacerbadas: la vivacidad de las trompetas, la potencia de las cuerdas lo atestiguan en un impresionante primer movimiento que cultiva contrastes y efectos sobre los volúmenes, manejados con rigor y precisión. El segundo movimiento, más lúdico, saca a la luz explosiones de autenticidad que fluyen en una dirección orquestal zigzagueante que imita los movimientos de los arcos que entonces están en el centro de atención. La cohesión general se refuerza y ​​sublima, dejando espacio para la anécdota, la ligereza, la atención al detalle. La dirección es más escultórica para el 3er movimiento, las palmas de las manos del director le permiten modelar su ideal interpretativo, jugando con muchos matices en la intensidad de la gestualidad de sus instrumentistas. La amplitud de las respiraciones da cuerpo a la meditación melódica y desahogo a la gran obra que toma forma y vida, que se agita ante el proyecto que se ejecuta y encuentra, en el 4º y último movimiento, una forma de reconciliación clímax. Esta es una oportunidad para ver la hermosa armonía de las cuerdas y el equilibrio de los vientos en un horizonte finalmente despejado, manteniéndose la percusión ejemplar en su papel educativo de deconstrucción/reconstrucción de un marco narrativo brillante y cautivador.

Esta 3ª edición de los conciertos de la OFBA es aclamada por un público respetuoso, una vez que no es costumbre, de los tiempos de silencio en los momentos oportunos. El horizonte de Colón recupera su esplendor: estallidos de aplausos dignos de las grandes veladas del primer Coliseo argentino dibujan el cielo azul de un futuro promisorio.

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