Diamanti (Italia/2024). Dirección: Ferzan Özpetek. Guion: Gianni Romoli y Ferzan Özpetek. Elenco: Elena Sofia Ricci, Luisa Ranieri, Jasmine Trinca, Anna Ferzetti, Mara Venier, Aurora Giovinazzo, Luca Barbarossa, Sara Bosi, Nicole Grimaudo, Milena Mancini, Milena Vukotic, Stefano Accorsi. Fotografía: Gian Filippo Corticelli. Edición: Pietro Morana. Música: Giuliano Taviani y Carmelo Travia. Calificación: apta para mayores de 13 años. Duración: 135 minutos. Nuestra opinión: buena.
Ferzan Özpetek, ese maestro del melodrama con lentejuelas, nos entrega con Diamanti un nuevo capítulo en su obsesión por las emociones desbordadas y los mundos femeninos tejidos con hilo fino. Prometía ser una joya rutilante, un homenaje a las mujeres y al arte de las sastrerías cinematográficas, pero, oh sorpresa, la ampulosidad del afiche promocional —con su glamoroso vestido colorado— no encuentra eco en la pantalla. Lo que queda es un mosaico sentimental que, aunque deslumbra por momentos, se deshilacha bajo el peso de su propia ambición. Con un toque de mordacidad refinada, desentrañemos este fallido intento de orfebrería fílmica.
Un relato que quiere ser épico, pero se queda en boceto
La premisa de Diamanti es tan grandiosa como un vestido de gala en una pasarela: dos líneas temporales que se entrecruzan para celebrar la sororidad y el cine. En el presente, Özpetek, con una autocomplacencia que roza lo paródico, se interpreta a sí mismo reuniendo a 18 actrices italianas —un quién es quién del talento femenino— para un proyecto nebuloso sobre mujeres. En el pasado, la Roma de los 70 cobra vida en una sastrería cinematográfica liderada por las hermanas Alberta (Luisa Ranieri) y Gabriella Canova (Jasmine Trinca), un supuesto crisol de historias de lucha, amor y creatividad. La banda sonora, con Mina y Giorgia al frente, promete elevar cada escena a un crescendo emocional. Pero, ¿dónde está la chispa? El afiche nos vendió «diamanti» ; y la película nos da bisutería fina.
El problema radica en que la grandiosidad anunciada nunca se materializa. El cartel, con su estética de opulencia y glamour, sugiere una epopeya visual y emocional, algo así como un Mujeres al borde de un ataque de nervios con el lustre de Visconti. Sin embargo, Diamanti se queda en un drama coral que, aunque bien intencionado, carece de la audacia o la precisión para encarnar esa promesa. Es como si Özpetek hubiera diseñado un traje espectacular, pero olvidado de coser las costuras…
Destellos de talento en un lienzo desordenado
El reparto es, sin duda, el quilate más alto de esta joya imperfecta. Ranieri y Trinca, como las hermanas Canova, sostienen la película con interpretaciones que mezclan fuerza y fragilidad, mientras que Mara Venier, en un giro inesperado, aporta una calidez que desarma. El resto del elenco —Elena Sofia Ricci, Geppi Cucciari y más— brilla en fogonazos, pero el guion, como un sastre torpe, no les da suficiente tela para lucirse. Özpetek, experto en dirigir coros femeninos, logra momentos de auténtica sororidad, como las escenas en la sastrería donde las costureras bromean, lloran y resisten juntas. Pero estos instantes, por bellos que sean, se ahogan en un mar de subtramas mal hilvanadas.
La ambientación, otro punto a favor, evoca la Roma de los 70 con una paleta de colores cálidos y texturas que recuerdan el cine de Fellini. La sastrería, con sus máquinas zumbando y trajes que citan a Il Gattopardo, es un escenario encantador, pero nunca trasciende su función decorativa. La fotografía y el vestuario son impecables, sí, pero no compensan la falta de un núcleo emocional sólido. La banda sonora, con sus canciones de Mina y Giorgia, intenta inyectar vida, pero a veces suena como un parche para cubrir las grietas narrativas.
Una narrativa que se desmorona bajo su propio peso
Y aquí llegamos al meollo: la estructura de Diamanti es un «desastre elegante». La alternancia entre el presente y el pasado es un capricho que no aporta nada. La trama del presente, con Özpetek jugando a ser el demiurgo de su propio relato, es un ejercicio de narcisismo que distrae y aburre. ¿Era necesario que el director se convirtiera en personaje? Esta decisión, lejos de añadir profundidad, hace que la película se sienta como un making-of autocomplaciente que nadie pidió. El pasado, donde reside el verdadero corazón del film, se ve interrumpido por estas digresiones, perdiendo ritmo y fuerza.
El exceso de personajes y temas es otro clavo en el ataúd. Diamanti quiere hablar de todo —maternidad, violencia de género, duelo, creatividad, feminismo— y termina diciendo poco. Las subtramas se amontonan como retales en una mesa de corte, sin tiempo para desarrollarse. El resultado es un clímax que, aunque intenta ser conmovedor, llega exhausto, como un modista que ha trabajado toda la noche sin terminar el vestido. Los diálogos, por momentos, caen en una cursilería que haría sonrojar a un culebrón, subrayando emociones que el público ya debería sentir sin necesidad de neón.
¿Qué quiso decir ese afiche?
Volvamos al elefante en la sala: la ampulosidad del afiche. Ese diseño, con su promesa de glamour, pasión y trascendencia, sugería una obra que elevaría el melodrama a arte sublime. Pero Diamanti no entrega esa grandeur. No hay un momento en que la película alcance la intensidad visual o emocional que el cartel insinúa. La sastrería, que podría haber sido un símbolo poderoso del arte colectivo, se queda en un decorado bonito. Las historias de las mujeres, aunque sentidas, no logran la universalidad épica que el marketing prometía. Es como si Özpetek hubiera querido emular la majestuosidad de un Luchino Visconti, pero se conformara con un telefilm bien producido.
Veredicto: Un diamante que no brilla
Diamanti es Ferzan Özpetek en su versión más excesiva y menos inspirada. Tiene momentos de belleza —el reparto, la ambientación, algunos destellos de sororidad— que recuerdan por qué el director es un nombre querido. Pero su narrativa desordenada, su marco metacinematográfico innecesario y su incapacidad para encarnar la grandeur del afiche la convierten en una decepción refinada. Comparada con Le fate ignoranti o La finestra di fronte, esta película es un eco lejano de su mejor versión.
