martes, 7 de octubre de 2025
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Benjamin Bernheim en el Teatro Colón: técnica sin vértigo, elegancia sin riesgo

LECTURA RECOMENDADA

Ciclo grandes interpretes: Tenor Benjamin Bernheim. Piano
Carrie-Ann Matheson. Programa, PARTE I : «Je crois entendre encore» de Les pêcheurs de perles (Bizet). L’invitation au voyage con texto de Charles Baudelaire. Chanson triste con texto de Jean Lahor
La vie antérieure con texto de Charles Baudelaire. Phidylé con texto de Leconte de Lisle (Duparc). Interludio de Poème de l’amour et de la mer en versión para piano solo (Chauson). Kuda, kuda de Eugene Onegin (Chaikovski). PARTE II: La fleur que tu m’avais jetée (Carmen, Bizet). Mentìa l’avviso con texto de Felice Romani, Terra e mare con texto de Enrico Panzacchi, Sole e amore con texto anónimo, Morire con texto de Giuseppe Adami (Puccini). Pourquoi me réveiller? (Werther, Massenet). Les feuilles mortes con texto de Jacques Prévert (Kosma).
Douce France (Trenet). Quand on n’a que l’amour (Brel). Encores: Dein ist mein ganzes (El país de las sonrisas, Lehar). Ah leve toi soleil (Roméo et Juliette, Gounod). Función: domingo 27 de Julio 21,30 hs. Nuestra calificación: bueno.

El Teatro Colón volvió a vestirse de gala para recibir al tenor francés Benjamin Bernheim, acompañado al piano por la notable Carrie-Ann Matheson, figura de alta escuela y exactitud estilística. Siempre elegante y medida, la pianista supo seguir cada intención del cantante con precisión matemática… y con idéntica falta de osadía.

El programa, meticulosamente estructurado, parecía tener todos los ingredientes para una velada memorable: mélodies francesas cargadas de simbolismo y refinamiento, un guiño ruso de introspección existencial, arias operísticas de lirismo dramático y canciones populares del siglo XX que exigían cercanía emocional y entrega actoral.

Y sin embargo, lo que prometía ser una travesía lírica de contrastes y climas terminó siendo una sola y larga línea recta, dibujada con compás pero sin vértigo. Todo fue profesional, todo sonó correcto. Pero la emoción, esa que eriza la piel y queda suspendida en el aire del Colón como polvo dorado, nunca llegó del todo. La técnica de máscara de Bernheim, la falta de diferenciación estilística entre los repertorios francés e italiano, y una interpretación excesivamente cautelosa, dejaron una impresión de perfección aséptica, bella pero lejana.


Técnica de máscara: elegancia sin destello

Benjamin Bernheim, tenor lírico de refinadísima escuela, presentó un programa que, en teoría, se ajustaba con precisión a su perfil: repertorio francés, dicción inmaculada y una colocación vocal firmemente asentada en la máscara. Esa técnica que proyecta el sonido hacia las cavidades faciales para lograr un timbre más resonante encontró su momento más representativo en “Je crois entendre encore” de Los pescadores de perlas. El efecto fue inmediato: un sonido aterciopelado, melancólico, perfectamente contenido. Pero también, irónicamente, demasiado contenido.

Foto gentileza: Juanjo Bruzza (Prensa, Teatro Colón)

Lo que en una sala de cámara puede disfrutarse como filigrana técnica, en el Colón se disipa. Esa máscara, tan bien colocada, pareció haber atrapado también la emoción. El sonido careció del squillo, ese brillo agudo e incisivo que es imprescindible en un teatro de estas proporciones.

En “La fleur que tu m’avais jetée” de Carmen, el fraseo fue de orfebre, pero los agudos —aunque afinados— no llegaron a cortar el silencio con la tensión requerida. Don José no ardía: apenas suspiraba. Algo similar ocurrió con “Pourquoi me réveiller?” de Werther, donde, si bien el centro vocal mostró nobleza y belleza en ciertas líneas, un vibrato vacilante generó inestabilidad emocional.


Dr. Merengue opina desde su palco:
“¡Esto es el Colón, no un salón de té en Saint-Germain! Bernheim canta como si ensayara en bata de seda frente al espejo. En Carmen, Don José no arrojó la flor, la apoyó con miedo.”

Uniformidad en los matices: el mundo en sepia

El programa proponía, en el papel, un recorrido diverso: de la melancolía refinada de Duparc al dramatismo ruso de Tchaikovsky, pasando por Puccini y la chanson de posguerra. Una travesía vocal que exigía ductilidad estilística y versatilidad actoral.

Pero lo que se oyó fue, en cambio, una única paleta aplicada a todo el repertorio: una estética uniforme, amable, sin riesgos. Como si todas las piezas —de Duparc a Brel— compartieran el mismo frasco de perfume.

Las mélodies de Duparc (L’invitation au voyage, Chanson triste, La vie antérieure y Phidylé) mostraron lo mejor de Bernheim: fraseo delicado, timbre pulido, exquisito legato. La poesía de Baudelaire y Leconte de Lisle halló un intérprete sensible.

Pero cuando esa misma fórmula se trasladó sin variaciones a “Kuda, kuda” de Eugene Onegin o a “Mentìa l’avviso” de Puccini, el efecto se volvió neutro. Lensky y Rodolfo requieren carne, sangre y desgarro, no flores secas y papel satinado.

El problema se acentuó en las canciones italianas de Puccini (Terra e mare, Sole e amore, Morire), donde el ímpetu y la pasión romántica se diluyeron en una presentación elegantemente neutra. Incluso en piezas populares como Les feuilles mortes o Quand on n’a que l’amour, la contención fue mayor que la emoción.


Dr. Merengue, en tono subido:
“Esto no fue un recital, fue un licuado lírico. Todo pasa por la misma batidora estética: Duparc, Puccini, Brel… todos suenan a terciopelo suizo. ¿Dónde está el riesgo? ¿Dónde el color?”

Sin vértigo, solo cortesía

Bernheim se presentó en el Colón con una voz educada, musical y refinada, y una presencia escénica que seduce por serenidad más que por impacto. En tiempos de escasez de tenores líricos de gran escuela, su aparición no es menor. Sin embargo, su timbre, a ratos monocorde, no cumplió del todo con las expectativas de quienes aguardaban “la voz que se decía”.

Foto gentileza: Juanjo Bruzza (Prensa, Teatro Colón)

Comparado con Cyrille Dubois, tenor emergente que ofrece mayor riqueza de color y variedad interpretativa, Bernheim pareció optar por un terreno seguro. Evitó el desequilibrio, pero también el vértigo. Y eso, en un escenario como el Colón, puede ser un riesgo mayor que cualquier nota fallida.


Dr. Merengue cierra la noche, afilado:
“Bernheim canta como un caballero, sí. Pero esto no es un concurso de modales. Su voz es un traje bien cortado: impecable, pero sin alma. Mientras Dubois prende fuego el repertorio francés, Bernheim nos regala un fueguito de cumpleaños.”

El recital de Benjamin Bernheim fue una experiencia pulida y profesional, por momentos poética, pero también previsible. Su técnica de máscara —perfecta pero encerrada en sí misma— y la falta de contrastes estilísticos entre repertorios tan diversos, impidieron que la velada despegara hacia lo memorable.

Como crítico, valoro su musicalidad y sobriedad. Como espectador, lamento la ausencia de riesgo.
Como alter ego, el Dr. Merengue no perdona: exige más. Porque en el Colón, la belleza sin pasión es apenas un telón sin drama.

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