lunes, 22 de septiembre de 2025
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Benito de La Boca: un huracán de tango, color y cuore en en Teatro de La Ribera

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Idea original y dirección general: Lizzie Waisse. Dramaturgia y dirección actoral: Juan Francisco Dasso. Intérpretes: Roberto Peloni, Nacho Pérez Cortés, Belén Pasqualini, Natalia Cociuffo, Julián Pucheta, Sol Bardi, Jimena Gómez, Nicolás Repetto,Evelyn Basile, Mariano Magnífico, Nicolás Tadioli, Matías Prieto Peccia. Música original y dirección musical: Gustavo Mozzi. Músicos en vivo: Cristina Chiappero (violoncello), Eleonora Ferreira (bandoneón), ARO (síntesis electrónica), Agustín Lumerman (percusionista), Manuel Rodríguez (clarinete y saxo alto), Máximo Rodríguez (bajo), Santiago Torricelli (pianista). Coreografía: Gustavo Wons. Diseño sonoro: Sebastián Verea. Iluminación: Eli Sirlin. Escenografía y vestuario: Marlene Lievendag y Micaela Sleigh. Dirección de arte: Marlene Lievendag. Sala: Teatro de la Ribera, Avenida Pedro de Mendoza 1821, La Boca. Funciones: Viernes, 14 horas. Sábados y domingos, 15 horas. Nuestra opinión: muy buena

¡Agárrense, compadres, que ** Benito de La Boca en su tercera temporada en el Teatro de la Ribera** no es un musical cualquiera, es una milonga embrujada, un conventillo a puro color y un abrazo al alma de Quinquela Martín que te deja el corazón dando saltos como en una murga! Bajo la dirección de Lizzie Waisse, que parece más hechicera que directora, esta obra te agarra de las solapas y te zambulle en el corazón de La Boca como si estuvieras paseando por Caminito con un mate en una mano y un pincel en la otra. Olvidate de esas biografías aburridas que parecen una clase de historia; acá no hay nada plano. Esto es un fresco viviente, un cuadro que respira, canta, baila y te saca una lágrima desde el primer acorde de bandoneón.

El escenario es una obra de arte en sí mismo, un sueño pintado por Marlene Lievendag y Micaela Sleigh que te transporta al barrio con una precisión que da escalofríos. Los conventillos parecen charlar entre ellos, el puente transbordador casi se balancea con el viento del Riachuelo, y los mascarones de proa que decoran el fondo te miran como si quisieran contarte los secretos de los barcos que alguna vez surcaron el puerto. Cada detalle es un guiño al espíritu boquense, una pincelada que te mete de lleno en ese mundo de colores fuertes y nostalgias porteñas. Y la música, ¡mamita querida, la música! Gustavo Mozzi se manda una partitura que es como si Quinquela hubiera agarrado su paleta y, en vez de pintar, se hubiera puesto a mezclar tango, tarantela, jazz y un toque de murga con la misma naturalidad con que se mezcla el vermú con soda en una mesa de bar. Es la respiración misma del espectáculo, un latido que te lleva de la risa al llanto en un compás.

El elenco es una paleta de talentos que brilla como si hubieran robado los colores del arcoíris:

  • Roberto Peloni se pone la piel de Quinquela Martín y, ¡vaya si lo hace! Es un gigante que carga en los hombros el peso de un pibe abandonado, pero que con cada pincelada y cada nota se inventa a sí mismo como el artista que pintó el alma de La Boca. Su voz es un estallido de verdad, un mate calentito que te calienta el alma y te saca una lágrima sin que te des cuenta. Es imposible no querer abrazarlo.
  • Nacho Pérez Cortés, como Juan de Dios Filiberto, es el amigo que todos querríamos tener en el barrio: canchero, pícaro, con una chispa porteña que ilumina hasta el callejón más oscuro. Su presencia es un contrapunto perfecto, un cómplice que refleja el espíritu de La Boca con una sonrisa que te contagia.
  • Belén Pasqualini, como la guía que teje pasado y presente, es pura elegancia. Te lleva de la mano por este viaje emocional con una sutileza que enamora, sin soltar nunca el hilo de la emoción. Es como una farolita que ilumina el camino sin deslumbrarte.

Y no nos olvidemos del ensamble, porque ¡qué equipazo! Natalia Cociuffo, Julián Pucheta, Sol Bardi, Jimena Gómez, Nicolás Repetto, Evelyn Basile, Mariano Magnífico, Nicolás Tadioli y Matías Prieto Peccia son un torbellino de pasión que llena el escenario de vida. Cada uno aporta su pincelada al cuadro, con una entrega que te hace querer levantarte de la butaca y sumarte al baile. Las coreografías de Gustavo Wons son un vendaval que sacude todo: desde tangos melancólicos hasta murgas que te hacen zapatear en el asiento, todo está coreografiado con una energía que parece que el escenario va a despegar rumbo al Riachuelo. El vestuario, colorido como un fileteado, y las luces, que pintan cada escena como si fuera un cuadro de Quinquela, completan este hechizo colectivo que te invita a caminar por La Boca con ojos nuevos, como si nunca hubieras visto un conventillo o un barco oxidado.

Salir de Benito de La Boca es como salir de una fiesta en la que no querías que se acabara el vino. Te vas con el pecho inflado, con ganas de agarrar un pincel y pintar un barco, de bailar un tango en la vereda o de gritarle al mundo que el arte, como el amor, puede transformar cualquier esquina gris en un arcoíris que no se borra. Es una obra que no se ve, se vive. Y se queda con vos, como un tatuaje en el corazón.

Y el Dr. Merengue, sacándose el monóculo para no empaparlo de emoción y limpiándose una lagrimita traicionera, sentencia:
“¡Escuchame bien Battaglia, esto es un peligro para el cuore! Uno entra al Teatrillo de la Ribera pensando que va a ver un sainetito simpático, y termina con el alma hecha un nudo, queriendo pintarrajear conventillos, bailar una milonga y hasta besar un fileteado en la pared. ¡Qué atrevimiento el del arte bien hecho! Peloni es un Quinquela de carne, hueso y pincel, que te canta con una verdad que te parte al medio. Y ese Pérez Cortés, ¡por Dios, qué pibe! Tiene más porte que el obelisco y la labia de un compadrito de arrabal. Mi consejo, amigo: salí, tomate un cortado en Caminito, comprate un souvenircito de Quinquela, y volvé a entrar al teatro. Esto es como un buen asado con chimichurri: se disfruta hasta el último bocado, se repite sin culpa y siempre te deja con ganas de más. ¡Larga vida a La Boca y a este espectáculo que es puro fuego!

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