El lago de los cisnes de Petipa fue estrenada con gran éxito en San Petersburgo en 1894 y que desde entonces se han sucedido innumerables versiones en todo el mundo, que siguen con mayor o menor fidelidad el original. El creador de cada versión debe enfrentar los aspectos anacrónicos de este ballet y a la vez conservar su espíritu y su estilo.
[zt_gallery dir=»criticas/290617″ width=»640″][/zt_gallery]
La presente coreografía del Mtro. Mario Galizzi (vista en diferente Teatros en diversas temporadas) tiene los problemas de los abundantes divertissements del original. Estos números, desconectados de la trama principal y que en la época de Petipa tenían la finalidad de prolongar la velada en el teatro, además de exponer el virtuosismo de numerosos bailarines y la inventiva del coreógrafo, hoy resultan más difíciles de resistir por parte del público, salvo que las interpretaciones y la puesta sean excepcionalmente brillantes. Algunos tiempos muertos adormecen la vivacidad de los cuadros primero y tercero; los cuadros blancos, que muestran a las doncellas transformadas en cisnes, no alcanzan a reproducir una atmósfera de encantamiento.
En cuanto a los protagonistas, NADIA MUZYKA, hizo el doble rol de Odette y Odile con una elegancia y un lirismo sin afectaciones; tuvo momentos muy buenos, sobre todo en el sublime Adagio del segundo acto. JUAN PABLO LEDO, por su parte, interpretó al príncipe Sigfrido, un rol más bien actuado, pantomímico, que tiene apenas unos escasos minutos de danza en el pas de deux de El cisne negro. Sin embargo, su interpretación fue muy sostenida a lo largo de toda la obra, sobria y convincente en las emociones que revela. De todos modos, cabe preguntarse por qué, si es un rol con tan poca danza, se eliminó en este montaje la variación que suele bailar Sigfrido al final del primer cuadro, que pone de relieve la inquietud anímica de este personaje que intuye la cercanía del primer amor. Su obra resumida en dos partes con un solo intervalo se adapta a los tiempos en los cuales las extensiones de obras pueden resultan tediosas a los espectadores. Se destacaron de manera notoria en esta velada de danza, EMANUEL ABRUZZO (el bufón) y ROBERTO ZARZA (el Wolfgang del I acto) quienes lucieron todas sus dotes de bailarines con estilo y fuerza escénica, sin diferenciarse un comprimario de un solista.
La producción clásica en todo concepto sirvió de buen marco, para el lucimiento del Cuerpo Estable de Ballet de nuestro Primer Coliseo (se nota cambios en dicho Estable desde la llegada de la celebre etoile Paloma Herrera) y la orquesta bajo la dirección del Mtro. “invitado” DARÍO DOMÍNGUEZ XODO brilló en sus cuerdas como el cuidado manejo de los metales.
Una velada de ballet, con destaques en los solistas,que vislumbra nuevos aires en el Ballet Estable ,