Mar del Plata, Argentina, 12 de Noviembre. Calle Málaga es, ante todo, un canto a la memoria, al hogar y a la vejez como un espacio vital cargado de resistencia. La película se centra en María Ángeles (una magnífica Carmen Maura), una mujer de 79 años que vive en su piso de Tánger, la misma casa que albergó su infancia y juventud, y que su hija Clara (Marta Etura) quiere vender. Esa disputa no es solo financiera, sino profundamente emocional: no es una casa cualquiera, sino un archivo sentimental, un santuario de recuerdos y una parte de su identidad.
La directora Maryam Touzani, en su debut en lengua española, construye su relato con ternura y contención. No hay grandes explosiones dramáticas, sino pequeñas tensiones cotidianas que laten con honestidad: la relación madre-hija, la soledad, pero también la posibilidad de redescubrir el deseo y el amor aun en la vejez. Es un gesto valiente: mostrar cuerpos mayores con sensualidad, con dignidad, sin caer en lo ornamental ni en lo trágico.
Visualmente, la película deslumbra: la cinematografía de Virginie Surdej baña Tánger con una luz dorada y reconfortante, transformando los espacios comunes (una terraza, pasillos, rincones de la casa) en escenarios íntimos que hablan por sí mismos. La música acompaña sin sobreactuar, permitiendo que los silencios también cuenten.
Maura está espléndida: su naturalidad, humor sutil y carisma le dan al personaje una fuerza magnética. A través de ella, la película reivindica que envejecer no significa desaparecer: hay lugar para la rebeldía, para la ternura y para la reivindicación de lo propio.
Sin embargo, no todo es perfecto. Algunas voces señalan que existen clichés: la historia, por momentos, resulta previsible y los personajes secundarios (especialmente los marroquíes) no tienen el mismo desarrollo que María Ángeles. Además, aunque se plantea algo tabú —el deseo en la tercera edad, la película se queda en un tono amable y no termina de romper del todo con la previsibilidad dramática.
Pero quizás el mayor mérito de Calle Málaga no esté en sus giros narrativos, sino en su mirada: una mirada compasiva, madura, que celebra la vejez como un privilegio y el hogar como un refugio del alma. Touzani, según confesó, escribió la película como un homenaje a su madre y abuela.

Parte II — Dr. Merengue entra en escena
Bueno, bueno, mis queridísimos críticos-amigos de la Cultura… Calle Málaga no es una película para ir con la cuchilla (ni con el sable), sino más bien para llegar con una manta, una taza de té y un buen pan con manteca. Porque María Ángeles, la señora protagonista, no solo se defiende: ¡se reivindica! A los 80 años se levanta como si fuera una heroína de novela, aunque su único poder sea decir “esta casa es mía” con la serenidad de quien ha visto el mundo girar.
Carmen Maura no anda paseando el bastón con quejas: no, señora. Se levanta, camina por los pasillos de su piso en Tánger, abre ventanas, huele recuerdos y hasta se anima a enamorarse. Sí, enamorarse, como si la pasión tuviera fecha de vencimiento (y ella se negara a leer la letra pequeña). Y hay algo deliciosamente subversivo en eso: un cuerpo mayor, con arrugas, con memoria, que quiere recuperar su hogar y también su deseo. ¡Viva la revolución de las canas!
En un momento, su hija Clara —que viene desde Madrid con papeles y malas intenciones— suelta que vender la casa es solo un asunto práctico. Pero María Ángeles responde con algo mucho más poderoso: “no es solo una casa, es mi vida”. Es tan simple, tan humano, que el resto de la película se convierte en una celebración de eso que muchas veces damos por sentado: el lugar al que pertenecemos.
Ahora, ojo: no esperen un drama explosivo con intifadas emocionales ni finales retorcidos. No, la directora Touzani apuesta por la ternura, la luz cálida, los silencios, las miradas. A veces puede parecer “cute”, demasiado amable, hasta predecible, como un cuento que ya sabemos cómo termina… pero con una moraleja hermosa: la edad no es clausura, es posibilidad.
Y el desnudo de Maura a los 80 años… sí, lo pensaron, lo hicieron, lo filmaron. No es un exhibicionismo, es una declaración: “mi cuerpo existe, importa, tiene vida”. Eso es revolucionario con delicadeza, y eso también es arte.
Conclusión
Calle Málaga es una película para saborear: no te agarra por sorpresa, no te zarandea, pero te cuida. Es un homenaje a la vejez, al hogar, al recuerdo; una reivindicación de que vivir no se apaga con los años, sino que puede encenderse de nuevas maneras. Con la actuación sublime de Maura y una dirección sensible, Touzani nos regala una historia que no solo emociona, sino que invita a reflexionar sobre lo que significa envejecer, no solo en cuerpo, sino también en alma.
Si te animás a ver algo íntimo, cálido y profundo, Calle Málaga es una apuesta hermosa —una película que habla bajito, pero que resuena fuerte.
