domingo, 21 de septiembre de 2025
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Cocteau en clave minimalista: estreno de La Bella y la Bestia en el Colón

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La Bella y La Bestia, ópera de Philip Glass, para el film de Jean Cocteau (Cine con música en vivo). Ensamble ArtHaus. Dirección musical: Pablo Druker . Solistas: La Bella Jaquelina Livieri. La Bestia/Avenant Víctor Torres. Félicie Constanza Díaz Falú. Adélaïde
Daniela Prado. Ludovic/El Oficial del puerto Alejandro Spies. El padre/El usurero. Gustavo Gibert. Diseño de sonido Daniel Osorio. Función: viernes 18 de Septiembre, 20 hs. Nuestra calificación: excelente

Anoche, el Teatro Colón abrió sus puertas al estreno latinoamericano de La Bella y la Bestia, ópera compuesta en 1994 por Philip Glass sobre el célebre film de Jean Cocteau y René Clément de 1946. Se trata de la primera pieza del tríptico que el compositor dedicó a Cocteau, al que luego se sumarían Les enfants terribles y Orphée.

La función se inscribió en el Ciclo Contemporáneo y reunió sobre el escenario al Ensemble ArtHaus, con 28 músicos dirigidos con precisión por Pablo Druker, junto a un elenco vocal que asumió con valentía el reto: Jacquelina Livieri (La Bella), de canto luminoso y flexible; Víctor Torres (La Bestia / Avenant), que aportó su experiencia y autoridad vocal; Constanza Díaz Falú (Félicié), Daniela Prado (Adelaïde), Alejandro Spies (Ludovic / Oficial del puerto) y Gustavo Gibert (Padre / Usurero).

La operación Glass-Cocteau

La propuesta de Glass no es una simple musicalización del film, sino una relectura radical. Allí donde Cocteau había contado con la música refinada de Georges Auric y con las voces originales de los intérpretes, Glass decidió silenciar el film por completo y superponerle una ópera, palabra por palabra, respetando los diálogos en sincronía exacta con la proyección. El resultado es desconcertante y fascinante a la vez: un pequeño desajuste entre lo que se ve y lo que se oye, que en lugar de resultar un defecto, abre un espacio nuevo, híbrido y extraño, en el que cine y ópera conviven.

El propio Glass lo definió con lucidez: no quería transformar óperas en películas, sino convertir películas en óperas. Esa idea obligaba a cuestionar las convenciones del cine y del teatro musical, torciendo los procesos tradicionales de producción y creando un nuevo objeto artístico.

Foto gentileza Juanjo Bruzza (Prensa, teatro Colón)

El universo visual de Cocteau

La película de Cocteau —considerada una de las joyas del cine francés de posguerra— es mucho más que un simple relato de hadas. Rodada en nitrato blanco y negro, está llena de claroscuros que recuerdan a Rembrandt y Vermeer, y que otorgan a las escenas campesinas de La Bella un tono de realismo poético. En contraste, la morada de La Bestia está envuelta en niebla, sombras y movimientos fantasmales, creando una atmósfera de inquietante irrealidad.

Las imágenes están atravesadas por la poética del surrealismo francés: los brazos humanos que sostienen candelabros, los bustos que giran sus cabezas, las estatuas que parecen respirar. Cocteau mezcla lo cotidiano con lo fantástico hasta difuminar sus límites, construyendo un mundo que oscila entre la ternura, la crueldad y el deseo reprimido. No es casual que La Bestia encarne la pulsión erótica y la transgresión, mientras que La Bella simboliza la pureza y el sacrificio.

La música como espejo

Para trasladar esas imágenes al terreno sonoro, Glass recurre a su lenguaje más característico: los ostinati rítmicos, las repeticiones hipnóticas, los acordes que de pronto se abren en disonancias sorprendentes. Esa base minimalista crea un pulso constante sobre el cual se apoyan las voces. El canto, marcado por un “parlando” naturalista, sigue de cerca la cadencia del texto fílmico, dando la sensación de que los personajes en pantalla “hablan cantando”.

Foto getileza; Juanjo Bruzza (Prensa Teatro Colón)

El desafío para los intérpretes fue monumental: sincronizar sus intervenciones con la imagen proyectada, sin perder ni el fraseo ni la afinación. Aquí el mérito del elenco fue notable: Livieri dotó a La Bella de frescura lírica; Torres logró un equilibrio entre el lirismo de Avenant y la oscuridad de La Bestia; y el resto del reparto sostuvo con solidez un entramado complejo.

El Ensemble ArtHaus, bajo la conducción clara y precisa de Druker, respondió con elegancia a una partitura que, aunque se presenta con apariencia de sencillez, es en realidad un mecanismo de relojería lleno de trampas rítmicas y armónicas.

Una experiencia hipnótica

El efecto global es fascinante: el público quedó sumergido en una atmósfera onírica y perturbadora, donde la música amplificaba la carga simbólica de las imágenes. El cuento de hadas se transformó en un espejo psicológico que revela, más allá de lo aparente, la tensión entre deseo, miedo y redención.

Este estreno no solo amplía el repertorio contemporáneo del Colón, sino que también demuestra la pertinencia de obras que cuestionan los límites entre disciplinas. La Bella y la Bestia de Glass es un experimento exitoso, que abre puertas a nuevas lecturas y merece ser visto por un público mucho más amplio.

Un logro indiscutible del Ciclo Contemporáneo, y una experiencia que, como la propia obra de Cocteau, oscila entre el sueño y la pesadilla, lo bello y lo siniestro, lo humano y lo bestial.

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