martes, 7 de octubre de 2025
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Un Murcielago, que celebró a lo grande, los diez años del Opera Festival Buenos Aires

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Die Fledermaus (el murciélago). Música: Johann Strauss (hijo. Dirección general y artística: Graciela de Gyldentfeldt. Dirección musical: Helgue Dorsch. Coro y orquesta del Opera Festival Buenos Aires. Directora del coro: Silvia Aloy. Elenco: Francisco Morales (Gabriel von Eisenstein), Virginia Molina (Rosalinde), Ana Sampedro (Adele), Luchi de Gyldentfeldt (Principe Orlovsky), Luis Gaeta (Dr. Falke), Naoki Higasiyosihama (Alfred), Juan Karakas (Frank), Hernan Quinteros (Dr. Blind), Marìa Josè Valerio (Ida), Alejandro Schijman (Frosch). Invitados: Mairin Rodriguez, Enrique Gibert Melia, Graciela de Gyldenfeldt, La Ferni. Sala: Teatro Avenida (Avda de Mayo 1222, C.A.B.A.). Funciones: Sábado 9 de Agosto (20 hs.) y Jueves 14 de Agosto (20hs). Nuestra calificacion: muy buena.

Hay aniversarios que no se cuentan con números, sino con emociones. Los diez años del “Opera Festival Buenos Aires” se celebraron así: con abrazos desde el escenario, complicidad con el público y una energía que transformó al teatro en una verdadera fiesta. Y el título elegido no podía ser más perfecto: El murciélago (Die Fledermaus) de Johann Strauss, esa joya vienesa que mezcla enredos, valses y carcajadas, y que esta vez voló más alto que nunca.

Foto gentileza @leo_pecar_fotografo

Una noche de sonrisas y guiños

Desde el primer compás, quedó claro que no sería una función rígida. Los intérpretes rompieron la cuarta pared, miraron a la platea y se rieron de sí mismos. Había humor, sí, pero sin descuidar la calidad musical. Un ejemplo delicioso fue el momento en que el Doctor Falke, con total desparpajo, soltó: “…tranquilo, acá hablamos en español y cantamos en alemán; usted finja con el francés…”. Esa mezcla de picardía y cercanía marcó el pulso de toda la noche.

Belleza en cada detalle

La puesta fue un regalo para la vista: vestuario cuidado, escenografía funcional y luces que pintaban cada escena como un cuadro. OFEBA volvió a dar una lección de cómo se puede hacer ópera de alto nivel mezclando voces experimentadas, jóvenes promesas y un coro entregado que contagió entusiasmo desde el primer momento.

La música como corazón

En el podio, Helge Dorsch dibujó el estilo vienés con la seguridad de quien conoce el alma de Strauss. Su dirección, elegante y atenta, permitió que la orquesta fuera más que un acompañamiento: fue un personaje vivo, respirando junto a las voces.

Voces que brillaron

Francisco Morales hizo un Eisenstein lleno de histrionismo y proyección firme; Virginia Lía Molina, una Rosalinde delicada, de agudos claros y fraseo sedoso; y Ana Sampedro (Adele) explotó la comicidad de su papel con sobreagudos impecables y desparpajo escénico.

Foto gentileza @leo_pecar_fotografo

La gran chispa de la velada fue Luchi de Gyldenfeldt, centro magnético de la fiesta, con un registro vocal expresivo, conexión inmediata con el público y un vestuario digno de diva.

Foto gentileza @leo_pecar_fotografo

Naoki Higasiyosihama, joven tenor en ascenso, dejó claro que posee un talento que merece escenarios cada vez más grandes: timbre atractivo, simpatía natural y gracia actoral.

Foto gentileza @leo_pecar_fotografo

Los invitados que hicieron historia

El festival se vistió de lujo con Mairin Rodríguez, Enrique Gibert Mella, Graciela de Gyldenfeldt y La Ferni, cuatro nombres que son garantía de entrega y calidad. La Ferni regaló un “El día que me quieras” en ritmo bolero, perfectamente integrado a la atmósfera del segundo acto. Mairin Rodríguez y Enrique Gibert Mella sumaron su experiencia y presencia escénica, aportando fuerza y elegancia. Y Graciela de Gyldenfeldt, además de ser el alma y motor del festival, emocionó hasta las lágrimas con una “Sola, perduta, abbandonata” de Puccini que quedará grabada en la memoria.

Foto gentileza @leo_pecar_fotografo

Una celebración que trasciende

Este “Murciélago” no fue solo una función: fue un abrazo colectivo al arte. Un recordatorio de que, cuando el talento se une a la pasión y la dedicación, la ópera no solo se canta: se vive, se comparte y se celebra.

En un invierno porteño que ofrece mucho, esta noche fue única. Y al salir del teatro, con los valses todavía girando en la cabeza, uno entendía que estos diez años del festival son apenas el inicio de un vuelo que seguirá alto por mucho tiempo.

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