lunes, 22 de septiembre de 2025
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Despertar de Primavera: un musical brutalmente bello – Teatro Ópera

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Despertar de primavera. Libro y letras: Steven Sater. Música: Duncan Sheik. Basado en la obra de Frank Wedekind. Direccion general: Fer Dente. Dirección musical: Giuliana Sosa. Dirección vocal: Eugenia Gil Rodriguez. Dirección coreográfica: Vanesa García Millán. Diseño de escenografía: Gonzalo Cordova Estevez. Diseño de vestuario: La Polilla. Diseño de sonido: Gastón Briski. Diseño de luces: Lucas Gabriel Gringas. Intérpretes: Octavio Murillo, Trini Montiel, Tomas Wicz, Paz Gutierrez, Mariel Percossi, Joaquin Scota, Marto Rodriguez, Valentina Pergolini, Sol Tobias Cordova, Luis Rodriguez Echeverria, Felipe Paissanidis, Azul Mazzeo, Santiago Toledo. Producción: Club media, Veb, Aleph media. Sala: Teatro Ópera (Avda Corrientes 860 – C:A.B.A.). Funciones: Sábado y domingo, 20:00 Hs. Nuestra calificación: excelente.

La nueva versión de Despertar de Primavera, dirigida por Fernando Dente, no irrumpe: estalla. Como un rayo emocional que sacude el alma del espectador, este musical —con música de Duncan Sheik y letras de Steven Sater— resurge con una fuerza renovada y feroz. Instalando esta producción de Club Media entre los eventos teatrales imperdibles del año.

Inspirada en la obra de Frank Wedekind, esta pieza aborda temas urgentes como la represión sexual, la salud mental y los silencios impuestos por una sociedad que castiga el deseo y la diferencia.

Dirigida por Fernando Dente, el Melchior original de 2010 que ahora —maduro, osado, visceral— oficia de demiurgo escénico, esta nueva versión no viene a homenajear al pasado. Viene a ponerlo patas para arriba. Se nota su huella en cada escena, en cada transición, en cada herida abierta. Respeta el espíritu del original, pero lo empuja al límite con una estética moderna. Lo que se monta en el Teatro Ópera no es una reposición: es una declaración de principios. Una obra nacida en el Siglo XIX, que aquí cobra cuerpo con sangre del Siglo XXI, como un grito que nadie pudo contener.

El elenco juvenil es un hallazgo colectivo y un triunfo individual para cada intérprete.
🔹 Octavio Murillo Melchior no actúa: quema. Es rebelde, sensible, astuto, desordenado, pero siempre cautivador. Su presencia en el escenario es la de un joven que lidera sin proponérselo, pero no puede evitarlo.
🔹 Trini Montiel crea una Wendla conmovedora, con una pureza que no resulta ingenua, sino inquietante. Su voz combina ternura y desgarramiento. Su muerte no es solo una escena: es un golpe devastador.


🔹 Tomás Wicz como Moritz asciende a cimas inusuales en el teatro musical. Su angustia es evidente, su vulnerabilidad conmueve profundamente. En su escena final, con lágrimas que no caen pero se perciben, el corazón se detiene.


🔹 Paz Gutierrez (Ilse), Mariel Percossi (Martha), Joaquin Scota (Hanschen), Marto Rodriguez (Ernst), Valentina Pergolini (Anna), Sol Tobias Cordova (Thea), Luis Rodriguez Echeverria (Otto), Felipe Paissanidis (Georg), Azul Mazzeo (Swing), Santiago Toledo (Swing) completan el núcleo joven con actuaciones que no tienen ni un atisbo de amateurismo. Son potentes, profesionales, explosivos. Un semillero que ya está florecido.

Y no menos impactante es el trabajo de los adultos:
🔸 Vanesa Butera y Iñaki Agustín Baldassarre, con múltiples roles, no caen en el estereotipo fácil. Son encarnación de una sociedad represiva, ciega, que repite discursos sin alma, y lo hacen con sobriedad y peso.
Cada gesto, cada inflexión, es una soga más en el cuello de esos adolescentes que intentan respirar.

La puesta en escena es un capítulo aparte. Gonzalo Córdoba Estévez construye un dispositivo escenográfico que no es decorado: es protagonista. Estructuras frías, geométricas, rígidas, que oprimen, delimitan, asfixian. Esas rejas que no son cárceles físicas, sino condiciones culturales. Es el siglo XIX encapsulado en formas duras, trasladado a una contemporaneidad tan asfixiante como entonces. Un cachetazo visual que nos dice: “esto sigue pasando”.

La iluminación quirúrgica de Lucas Gabriel Gringas, el sonido profundo de Gastón Briski, y la música viva y orgánica de Pablo Olivera son engranajes de un mecanismo preciso.
La dirección vocal de Eugenia Gil Rodríguez y las coreografías furiosas y expresivas de Vanesa García Millán son la respiración misma del montaje. No hay decorado. No hay adorno. Todo dice algo. Todo grita algo.

Y ahí estoy yo. En el final. De pie como todos. Palmas rojas. Corazón expuesto. Aplauso tras aplauso. Y entre ese estruendo, cuando las luces todavía no se encienden del todo, cuando el alma está desordenada, aparece él.

Sí. Como un espectro lúcido con moño imaginario, el Dr. Merengue se manifiesta en mí. No lo convoco: me toma por asalto. Se sube a mi conciencia con su tono cortés, su dicción refinada, su temple irónico. Y murmura, con esa voz inconfundible que huele a clavel y pólvora:

— “Querido… lo tuyo fue pura emoción. Pero permítime… permítime poner las cosas en su lugar.”

Se acomoda el bastón invisible. Suspira con severidad y apunta con exactitud quirúrgica:

— “Esto no fue teatro musical. Fue una operación a corazón abierto, sin anestesia. Dente no dirige: exorciza. Cada escena fue un espejo sin piedad. Y esa escenografía de Córdoba Estévez… ¡una trampa perfecta! Como si Kafka y Brecht hubiesen diseñado juntos un aula de catequesis alemana, ¡en Villa Crespo!”

Y sigue, con su venenito elegante:

— *“No te emociones tanto con los nombres, que acá nadie se lució por sí solo. ¡Fue un estallido coral! Pero sí, te doy la razón con ese Wicz: un Moritz para las antologías. Y Murillo tiene fuego en la sangre. Lo de Trini Montiel… ay, esa piba te deja sin defensa. Y los adultos, sobrios, sin aspavientos, te dan más miedo que un sermón de domingo.”

Se ríe bajo, saboreando cada palabra. Y termina, con un veredicto que yo no me atrevía a decir en voz alta:

—“No es solo una buena obra. Es una obra imprescindible. La juventud que canta y grita desde el escenario no es ficción: es la tuya, la que callaste.”

Y se va. Pero me deja algo. No sólo la certeza de haber visto una obra monumental. Me deja la necesidad de hablar, de compartir, de no dejarla pasar.

🎭 Epílogo

En estos tiempos de tibieza artística, Despertar de Primavera irrumpe como un rayo de verdad cruda, envuelto en belleza y ejecutado con excelencia.
No es un revival. Es un llamado. Una advertencia. Una función que se queda con vos mucho después de que cae el telón.
Y por eso —como dijo el Dr. Merengue, y como repite mi alma crítica: “No ir a verla… es una forma de negación.”

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