martes, 7 de octubre de 2025
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Ópera: ESTABA LA MADRE dolor argentino al Pie de la Cruz – Teatro Argentino de La Plata

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Estaba la madre. Música: Luis Bacalov. Libreto: Carlos Sessano, Sergio Bardotti , Luis Bavalov. Dirección musical: Lucía Zicos. Dirección escénica: Carlos Branca. Dirección del Coro Estable: Santiago Cano. Orquesta y Coro Estable del Teatro Argentino de La Plata. Elenco: Paula Almerares (Sara, madre de Josele), Alejandra Malvino (Juana, maestra de escuela), Victoria Gaeta (Ángela, madre de un cura obrero), Fernando Grassi (Jefe  del Ejército), Sebastián Sorarrain (Jefe de la Marina), Mario de Salvo (Jefe de la Aeronáutica), Emiliano Bulacios (Narrador), Franco Gómez (Rabino), Víctor Torres (Obispo) y Vanina Guilledo (Una mujer). Azul Maluendez (cuarta madre). Bandoneonista: Pablo Mainetti. Escenografía:Lucas Borzi y Pablo Mazzoni. Vestuario: Laura Melgar y Leticia Falcone. Iluminación: Maximiliano Troncozo. Diseño de imagen multimedia: Federico Bongiorno. Sala: Alberto Ginastera. Función: 24 de Marzo , 19 hs. Nuestra calificación: excelente

Estaba la madre de Luis Bacalov es un Stabat Mater que te atraviesa el pecho como una lanza, un lamento que une el dolor de una madre al pie de la Cruz con el de otra que busca a su hijo perdido en la sombra de la nada. No hay palabras que alcancen para describir esa herida: es la Virgen María, rota bajo el cuerpo destrozado de Cristo en la Semana Santa, mirando al cielo con los ojos vacíos, y es también esa madre que despierta cada día con el eco de una risa que ya no suena, con el peso de una ausencia que la dobla como un árbol bajo la tormenta. Es el dolor de una madre ante la desaparición de su hijo en un período de gobierno dictatorial, una época oscura donde los negados, los borrados, no solo desaparecían por sus pensamientos, por alzar la voz o soñar distinto, sino por sus diferencias, por ser ellos mismos, por llevar en su piel, en su alma, algo que el poder no toleraba. Bacalov no compuso una ópera; compuso un grito, un rezo que sangra, donde cada nota es una lágrima que cae al suelo y se pierde. Y en ese lamento, el bandoneón se alza como un suspiro profundo, no solo un instrumento, sino un personaje más: la Argentina misma, con su alma herida, su tango de melancolía y resistencia, gimiendo por sus hijos perdidos. Es un lujo, un privilegio desgarrador, escuchar en sus partes al célebre bandoneonista Pablo Mainetti, cuya maestría transforma cada acorde en un latido vivo, un protagonista clave que respira el dolor de una tierra que llora con sus madres. Es el bandoneón de Mainetti el que lleva el peso de una nación, su sonido ronco y tierno tejiendo un puente entre el duelo sagrado y el humano, entre la Cruz y la ausencia.

En esta obra, el dolor encuentra su voz en tres mujeres —Sara, Juana y Ángela— que son más que personajes: son el latido de un sufrimiento que no termina. Y detrás de ellas, como un eco que resuena en los huesos, está el excelente Coro Estable del Teatro Argentino, dirigido por Santiago Cano en esta versión 2025. Este coro, como un coro griego doliente, no canta solo; llora, clama, testimonio. Sus voces se alzan como un murmullo colectivo, un lamento que envuelve a las madres y al público, tejiendo una red de pena que te atrapa y no te suelta. Son los ojos que vieron, las bocas que callaron, las almas que aún buscan, y su canto, grave y poderoso, es el pulso de un pueblo que sufre con cada hijo perdido. El Teatro Argentino de La Plata5, bajo la batuta de Lucía Zicos y la mirada de Carlos Branca, este coro se convierte en el doliente eterno, un testigo que no consuela, sino que amplifica el peso de cada lágrima.

Sara, la modista judía, es un susurro que duele. Paula Almerares la canta con una voz tan pura que parece romperse en el aire, un cristal que refleja las noches en que cosía para su hijo, imaginándolo crecer, reír, vivir. Cada nota aguda es un hilo que se corta, un sueño que se deshace, y su canto se queda flotando, como si buscara a ese pequeño que ya no está, arrancado por ser diferente, por llevar en su sangre algo que el régimen no perdonó. Cuando calla, el silencio pesa más que sus palabras, un vacío que te ahoga, porque sabes que su hijo se desvaneció y ella sigue cosiendo en la penumbra, esperando un milagro que no llega, mientras el coro murmura su pena como un viento que no cesa.

Victoria Gaeta (Ángela), Paula Almerares (Sara), Alejandra Malvino (Juana) y Azul Malúendez. Foto gentileza Gui Genitti – Prensa Teatro Argentino

Juana, la maestra rural, es un río de lágrimas que no se detiene. Alejandra Malvino le da una voz cálida, profunda, como la tierra que abraza las raíces, pero cuando canta, es como si la tierra misma llorara por ese hijo que le arrancaron. Tiembla como sus manos, esas manos que enseñaron letras y sueños, ahora vacías, alzándose al cielo en un ruego que nadie escucha. Cada frase que entona es un pedazo de su alma, un recuerdo de su niño corriendo entre los bancos, perdido no solo por lo que pensó, sino por lo que era, por su inocencia distinta. Cuando su voz se quiebra, sientes que el mundo se quiebra con ella, y el coro la sostiene con un lamento grave, como si fueran las voces de todos los niños que ya no están.

Ángela, la madre del cura obrero, es un fuego que arde y se consume. Victoria Gaeta la trae a la vida con una voz que retumba como un trueno y se suaviza como una oración rota. Sus graves son el peso de una fé que sostuvo, sus agudos el grito de una madre que ve cómo todo lo que creyó se derrumba con la pérdida de su hijo, un hijo que desapareció por predicar amor, por ser diferente en un tiempo que castigaba la luz. Canta como si quisiera arrancarle respuestas al cielo, como si cada nota fuera un golpe contra el silencio que se lo tragó, y cuando termina, su “Nunca Más” es un lamento que te atraviesa los huesos, amplificado por el coro que lo recoge como un eco sagrado y doliente.

Victor Torres (Obispo). Foto gentileza Gui Genitti – Prensa Teatro Argentino

Carlos Branca, con su dirección escénica, hace que este dolor se vea, se toque, se sienta. El Teatro Argentino transforma el escenario en un calvario vivo: el agua corre como un llanto eterno, la tierra se amontona como una tumba sin nombre, el fuego crepita como el último aliento de la esperanza. No hay adornos; hay verdad. Branca mueve a las madres y al coro como figuras de una procesión sagrada, cada paso un eco de la Virgen al pie de la Cruz, cada gesto una súplica muda por ese hijo que no vuelve. Con la escenografía de Lucas Borzi y Pablo Mazzoni, el vestuario de Laura Melgar y Leticia Falcone, la multimedia de Federico Bongiorno y la luz tenue de Maximiliano Troncozo, crea un mundo donde el dolor es el aire que respira, un espacio que te envuelve y no te suelta.

Emiliano Bulacios (narrador). Foto gentileza Gui Genitti – Prensa Teatro Argentino

Y luego están ellos, los que rodean a estas madres con sus voces. Fernando Grassi, como el Jefe del Ejército, canta con un barítono oscuro que hiela, un frío que te recuerda el instante en que todo se perdió. Sebastián Sorarrain, como el Jefe de la Marina, corta el aire con un tenor afilado, como el viento que se lleva las risas de un hijo. Mario De Salvo, como el Jefe de la Aeronáutica, retumba con un bajo que pesa como la noche, un sonido que aplasta cualquier esperanza. Emiliano Bulacios, el Narrador, te guía con un tenor suave que tiembla, como si él también llorara al contar esta historia. Franco Gómez, el Rabino, y Víctor Torres, el Obispo, cantan con voces que duelen por lo que callan, y que pesan como una cruz olvidada. Vanina Guilledo, Una mujer, suspira con una mezzosoprano que corta, y Azul Maluéndez, la cuarta madre, calla con una presencia que grita más que cualquier nota.

Victoria Gaeta (Ángela), Paula Almerares (Sara), Alejandra Malvino (Juana), Fernando Grassi (Jefe del Ejercito), Sebastian Sorarrian (Jefe de Marina), Mario De Salvo (Jefe de Aeronáutica) . Foto gentileza Gui Genitti – Prensa Teatro Argentino

Pero es el bandoneón de Pablo Mainetti el que te abraza como un viejo amigo que conoce tu pena. Cada vez que suena, es Argentina llorando, sus pulmones abriéndose y cerrándose con un suspiro que lleva el peso de sus hijos ausentes, desaparecidos por sus ideas, por sus diferencias, por ser ellos. Mainetti no toca; habla, canta, suplica. Su bandoneón es el alma de la obra, un lamento que se enreda con las voces de las madres y las lleva más allá, hacia un lugar donde el dolor se vuelve eterno.

Foto gentileza Gui Genitti – Prensa Teatro Argentino

Bajo la dirección de Lucía Zicos, cada voz —el coro doliente, y ese bandoneón que es Argentina— se funde en un lamento que te abraza y te rompe. En el Teatro Argentino, estas dos noches de marzo no fueron un espectáculo; fueron un rezo, un duelo compartido. Estaba la madre es un Stabat Mater que no termina, un eco del dolor de María por Cristo y de una madre por su hijo perdido, un canto que te deja en silencio, con el alma temblando, sabiendo que el amor de una madre no muere, aunque el mundo se lo lleva todo.

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