Libro y dirección: Paula Marull y María Marull. Intérpretes: María Marull, Paula Marull, William Prociuk, Mónica Raiola, Mariano Saborido y Débora Zanolli. Iluminación: Adrián Grimozzi. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Vestuario: Jam Monti. Música original: Antonio Tarragó Ros. Asistencia artística: Alejandra D´Elía. Teatro: Astros (Av. Corrientes 746, C.A.B.A.). Funciones: miércoles a domingos. a las 20. Nuestra calificación: muy bueno.
Hay ríos que no se cruzan dos veces, no porque sus aguas se nieguen a esperarte —corren, incansables, llevándose el ayer y trayendo un mañana que nunca alcanzas a tocar—, sino porque tú, en el fondo, ya no eres el mismo que se mojó los pies en su orilla. Te rehaces en silencio, dicen los poetas, con cada latido que teje un nuevo amanecer en tu piel, como si el amor y el tiempo bordaran en ti un tapiz siempre cambiante. Pero el alma, esa criatura alada y herida, ¿cuándo se despoja de sus cenizas y vuela de nuevo? ¿En un suspiro, en un año, en un instante que te roba el suelo? María y Paula Marull, esas gemelas tocadas por un fulgor del decir, te arrojan esa verdad al pecho en Lo que el río hace: alguien regresa al lugar donde el viento aún murmura su nombre, y entre las ruinas de lo que fue, encuentra el eco de un amor perdido: su tierra, sus raíces, su esencia, esa patria íntima que la ciudad, con su furia de acero, le enseñó a callar.

Amelia es un alma que se deshilacha en silencio, una mujer que carga el mundo como una cruz y lo oculta tras unos ojos que aún buscan luz. Escritora que ya no encuentra palabras, madre y esposa que se deshace por amor a los suyos, hija de un padre que se fue y le dejó un pedazo de Corrientes como un farol en la niebla. Desde el torbellino de la Capital Federal, donde los días te mastican y te escupen, ella emprende el viaje hacia su pueblo, un rincón donde el aire sabe a infancia y a promesas rotas. Se acurruca en el hotel que aún guarda el calor de sus sueños de niña, llama al hombre que una vez le pintó el cielo con juramentos —hoy un escribano de mirada cansada— para desenredar los hilos de esa tierra y venderla, como quien corta un lazo que sangra. Pero el río, ese amante celoso y eterno, la envuelve en su corriente: los rostros que dejó atrás la miran con lágrimas contenidas, los vínculos quebrados laten como heridas vivas, los papeles se pierden en un laberinto de tinta y polvo. Y entonces, entre el caos y el dolor, brota un milagro: la ciudad la arrancó de su suelo, pero la tierra la reclama con un abrazo cálido, susurrándole al oído que no todo se ha perdido, que las raíces son más fuertes que el olvido, que siempre hay un rincón del alma donde volver a empezar.

Las Marull, esas hechiceras de la escena, tejen una historia que te muerde el corazón y luego lo acaricia con plumas de esperanza. Lo que pudo ser un relato gastado —la que regresa al pueblo, el citadino perdido en la fonda, el amor que se deshizo en el tiempo— lo transforman en un canto que te quiebra y te recompone. Y qué almas las sostienen: María Marull, un vendaval de pasión que te atraviesa como un relámpago; Paula Marull, su reflejo radiante, destilando vida en cada paso; William Prociuk, el enamorado eterno de Amelia, un caballero de corazón astillado que te roba el aliento; Mónica Raiola, un roble de ternura y fortaleza; Mariano Saborido, un torbellino de risas y lágrimas como el empleado del hotel, soñando con su barco y su río; y Débora Zanolli, una chispa que ilumina las sombras. Bajo una dirección que danza entre lo real y lo sagrado, elevan lo simple a lo inmortal.
El prodigio de María y Paula es esa magia que te lleva del polvo al cielo, del llanto a la sonrisa, sin soltarte nunca de la mano. Lo que el río hace es un romance feroz contra la amnesia, un recordatorio de que la gran ciudad puede arrancarte las alas, pero tus raíces —esa tierra que huele a hogar— te esperan con un fuego que nunca se apaga. Cuando las luces caen, te quedas con el alma en carne viva, sintiendo el rumor de un río que corre en tus venas, diciéndote que volver es sanar, que avanzar es un regalo, que el amor por lo que fuiste puede encender lo que aún puedes ser.