Director: Brady Corbet. Escrita por: Brady Corbet y Mona Fastvold. Elenco: Raffey Cassidy, Stacy Martin, Emma Laird, con Isaach De Bankolé, y Alessandro Nivola. Nuestra calificación: excelente.
El Brutalista no es solo una película sobre arquitectura, identidad o el sueño americano; es una exploración despiadada de la ambición y la alienación, una obra que se erige como un testimonio de las contradicciones del progreso y el precio de la grandeza. La dirección meticulosa de Brady Corbet, las actuaciones excepcionales y una narrativa que desgarra al espectador componen una película que trasciende su propia premisa para convertirse en una experiencia cinematográfica inolvidable.
La dirección: un lenguaje visual que interpela
La puesta en escena de Corbet es una sinfonía de contrastes, donde la rigidez geométrica del brutalismo se enfrenta con la fragilidad de la condición humana. Cada encuadre es una decisión calculada que refleja la lucha interna del protagonista. Las tomas largas y simétricas expresan la obsesiva búsqueda de orden de László Toth (Adrien Brody), mientras que los momentos de caos y violencia se capturan con una cámara inestable que sumerge al espectador en un estado de angustia e incertidumbre.
El uso del espacio es uno de los mayores aciertos del film. Las estructuras brutalistas no son meros escenarios; son entidades que reflejan la psique de los personajes. La monumentalidad de los edificios, con su frialdad desprovista de ornamentos, refuerza el aislamiento emocional y la alienación de Toth, un arquitecto que, en su búsqueda de trascendencia, se va despojando de su propia humanidad.
Corbet no se apresura en su narrativa. Los silencios, las miradas y los gestos adquieren un peso sofocante, acumulando tensión hasta alcanzar un clímax devastador. En una era cinematográfica dominada por la inmediatez y la sobreexplicación, «El Brutalista» desafía al espectador a habitar el desconcierto.
Las actuaciones: interpretaciones que desgarran
Adrien Brody ofrece una actuación contenida pero de una intensidad brutal. László Toth es un hombre atrapado entre su pasión creativa y las presiones del mundo que lo rodea. Su evolución, de la ilusión a la desilusión, se percibe en cada gesto y en cada silencio. Brody logra transmitir la desintegración de un hombre que persigue un sueño que, en su realización, lo consume.
Guy Pearce, como Harrison Lee Van Buren, encarna con maestría al benefactor ambivalente cuyo poder e influencia resultan tan seductores como destructivos. Su presencia es hipnótica y amenazante, dotando a su personaje de una profundidad que trasciende el arquetipo del mecenas manipulador.
Felicity Jones, en el papel de la esposa de Toth, ofrece una actuación de gran sutileza y sensibilidad. Representa el anclaje emocional del protagonista, la última conexión con la humanidad que poco a poco se le escapa entre los dedos. Su interpretación equilibra la frialdad estructural de la película con una vulnerabilidad genuina.
Identidad, poder y sacrificio: el trasfondo temático
El Brutalista no se limita a cuestionar el sueño americano; lo destripa. La identidad fracturada de Toth, un inmigrante húngaro-judío que busca validación en un país que solo valora su talento mientras lo deshumaniza, es un reflejo de las contradicciones de una sociedad que se alimenta de la ambición ajena para perpetuar su propia estructura de poder.
La película también explora la violencia como un lenguaje en sí mismo. La violencia aquí no es gratuita; es una respuesta desesperada de quienes han sido marginados y silenciados. La violación, una de las escenas más impactantes de la película, no es solo un acto físico de dominación, sino una extensión de la alienación misma. Toth, en su incapacidad de resistirse o de procesarlo más allá de la lógica fría que rige su existencia, lo acepta como parte de la estructura brutalista que ha elegido habitar. No se trata solo de una agresión, sino de una confirmación de que su cuerpo, su arte y su voluntad ya no le pertenecen.
La relación entre Toth y Van Buren expone una lucha de fuerzas en la que el arte, en lugar de ser un refugio, se convierte en un arma y, finalmente, en una trampa. La película cuestiona hasta qué punto la ambición puede justificar la deshumanización, y hasta dónde es posible soportar la opresión antes de convertirse en parte de ella.
Conclusión: un film que incomoda y trasciende
El Brutalista es una experiencia cinematográfica que desafía y atormenta. Su belleza es brutal, su impacto, demoledor. En un mundo donde el éxito se mide en términos de acumulación y reconocimiento, la película nos confronta con una verdad inquietante: a veces, la búsqueda de grandeza nos convierte en arquitectos de nuestra propia ruina. Corbet nos entrega una obra maestra que no solo se mira, sino que se vive y se padece. Y es precisamente en esa incomodidad donde reside su verdadera grandeza.
